jueves, 3 de mayo de 2012

Acróbatas epistolares




Son las ocho y veinte de la tarde. 
Las luces en mi taller justo se apagan y me recuerdan que hacía mucho tiempo que esto no me sucedía, lo de quedarme, digo. 
Porque la vida va y eso significa trabajo, y significa también moverme, y significa no estar tanto por más que quiera.


Entonces debo dividirme o multiplicarme (siempre me lío con los conceptos) y las cosas sin querer se resienten. Llegas después de días y tus tesoros más preciados están medio indignados. Mi maniquí ni se quiere poner guapa. Aspiro la alfombra una y otra vez y ella no atiende. 
Pero es normal. 


El amor no se demuestra predicándolo a los cuatro vientos, me dicen. El amor se demuestra con el mimo y el cuidado, con la atención y la caricia directa. Y entonces me siento en el pollo de la puerta. Esta semana ha sido dura, me digo. A veces la vida no es fácil. 









Intento convencer a mis cositas indignadas de que mi amor sigue intacto. De que, a veces, la distancia no tiene que ver con el espacio. 
Siempre estoy cerca de las cosas que amo

Así que el día se ha llenado de caricias mutuas mientras se hacía la noche. Y ahora, sentada en mi sillón rinconera, escuchando Baby Doll, miro a mi maniquí y me mira exuberante con su traje de novia de los años veinte. 
Hay un nuevo columpio improvisado donde se balancean pájaros y flores. Mi mueble de imprenta está limpio y ordenado. La luna crece y la semana complicada se va aplacando, se va calmando mientras toman forma las soluciones. 
Y con SanJosex me despido, porque si no me voy a quedar echa un caracol y me encontraran de mañana subida al trapecio convertida en un bártulo de los míos.


Mañana Gratacós. Mañana Roc y Chri. Y hoy, gracias por estar de nuevo

LOVE

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